Cuando se habla de los beneficios del Cloud computing se hace desde un punto de vista práctico. Qué ventajas aporta a las empresas, cómo influye en la mejora de la eficiencia y productividad, cómo ayuda a ahorrar costes, y mil aspectos más que, sobre el papel, hacen de esta la solución ideal para maximizar los beneficios.
Sin embargo, hablar del «valor» aportado no tiene nada que ver con el ahorro de costes o los incrementos en la productividad y eficiencia si no se tiene en cuenta el diferencial coste-beneficio.
¿Qué significa esto? A medida que una empresa invierte en infraestructura y servicios Cloud, los beneficios que esto le reporta crecen también hasta un determinado punto. A partir de ese punto, por más que se invierta (que se aumente el coste), no se va a conseguir un crecimiento en los beneficios como el inicial.
Comenzaría un bucle de sobreprovisión, es decir, más servicios, infraestructura, configuraciones, aplicaciones… de las que realmente se necesitan. Parece simplificar demasiado las cosas, pero es así. Podemos complicar todo lo que queramos una infraestructura Cloud que no vamos a obtener mayores beneficios pasado determinado punto. Y es, pasado ese punto crucial, cuando el valor que aporta el Cloud empieza a decrecer.
Es realmente complicado mantenerse siempre optimizados en cuestiones de costes vs beneficios. Los extremos, en Cloud computing, son altamente ineficientes. Si se gasta poco en infraestructura, los beneficios no aumentarán como esperábamos; si se gasta demasiado, en el otro extremo, los beneficios tampoco aumentarán en consonancia.
Esto se puede entender mirando las organizaciones que no están optimizando sus activos existentes porque están instalando a la fuerza soluciones emergentes y que, sobre el papel, potenciarían sus beneficios. Quizás ese sobrecoste no compense en el largo plazo.
Con esto no se quiere decir que haya que huir de la complejidad, sino que hay que dar con la complejidad justa que potencia los beneficios para cierto coste. Y que esa complejidad, además, puede variar (y de hecho lo hace) con el tiempo. La complejidad no es valor, y tampoco es disponer de múltiples opciones para hacer una misma cosa.
Los presupuestos de TI son cambiantes, y lo que hoy es una prioridad puede no serlo mañana. Por tanto, cualquier gasto que se realice en una determinada área que no esté optimizado puede estar impidiendo invertir en otras soluciones y servicios en la nube que se pueden necesitar más, y que proporcionarían un beneficio mucho mayor por el dinero gastado.
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