Ocurre con cierta frecuencia: de pronto, una nueva tecnología pasa de ser algo de lo que solo se hablaba en círculos expertos y empieza a aparecer en medios generalistas y, por lo tanto, en la conversación general. Se mencionan sus mil promesas, cómo lo cambiará todo, las oportunidades que abre en todos los ámbitos y por qué es necesario zambullirse en ella cuanto antes para no quedarse atrás. Muchas empresas, de un modo muy comprensible, buscan implementarla. El último ejemplo —que, además, al contrario que ocurre en otros muchos casos, no es solo una promesa sino una realidad— es la inteligencia artificial (IA). Antes, oímos hablar del metaverso —que, de momento, se ha quedado en nada— igual que anteriormente la presencia en redes sociales se convirtió en obligatoria. Pero ¿deberían las empresas subirse al carro de cualquier nueva tecnología que se ponga de moda? La respuesta es no necesariamente. O, más bien, no de cualquier manera.
Ya nadie duda que la transformación digital es en la actualidad imprescindible para cualquier empresa que busque continuar siendo rentable y relevante en el medio y largo plazo. Sin embargo, cualquier implementación de una tecnología nueva debe estar precedida por un análisis que detecte por qué es necesaria para esa compañía en particular y cómo se introducirá y utilizará exactamente. Invertir sin más en cada nuevo avance tecnológico e implementarlo sin ton ni son no solo no logrará sacarle todo el partido posible a la tecnología en cuestión, sino que puede ser incluso contraproducente: complicar las cosas, generar problemas, o ser simplemente un desperdicio de recursos.
Un ejemplo muy sencillo de esto fue la llegada de las redes sociales. Muchas empresas crearon sus perfiles mal y los dejaron casi inactivos, lo que puede generar mala imagen conforme pasa el tiempo. ¿Qué es mejor, una página en una red que lleva varios años sin acyalizar o directamente no tenerla? Si en vez de redes sociales hablamos de tecnologías propiamente dichas, como el machine learning, el big data o la IA, los daños son mayores. Se habrá invertido más y, si no se ha hecho bien, no se estarán logrando todos los beneficios que prometía la tecnología. Cuando se quiera arreglar, habrá que destinar más recursos.
¿Qué hacer, entonces? Lo ideal es intentar dar un paso atrás para salirse del torbellino de información y urgencia y poder examinar la situación concreta de la empresa y estudiar qué se conseguirá con el nuevo avance y cómo se hará. También es recomendable buscar expertos tecnológicos con experiencia en ese campo particular para que puedan acompañar a la firma en todos los pasos. Esto es lo que hace T-Systems con las empresas que la eligen como partner para sus procesos de transformación digital: estudian la situación y negocio particular de la compañía, diseñan una hoja de ruta, implementan las tecnologías que se consideran necesarias y realizan también las actualizaciones y mantenimiento.
Otra ventaja de contar con un partner con experiencia para un proceso de transformación digital es que se logra una visión global y que a estrategia es integral, sin dejar partes de la empresa fuera o acabar con sistemas distintos en secciones distintas del negocio. Gracias a ese plan que ha visto la empresa como un todo, la implementación de las nuevas tecnologías es fluida y responde a objetivos claros y definidos. Y, ahí sí, las promesas tecnológicas se cumplen.
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