Hace unas semanas hablamos sobre cómo el teletrabajo se instaló en nuestras rutinas, las de muchos trabajadores y empresas, y cómo, tras lo peor de la pandemia, esta modalidad de trabajo a distancia encontrará un lugar dentro de la normalidad.

Hablamos, también, de la diferencia entre trabajar en casa por una situación de excepción, como fue el caso en un gran número de empresas, y teletrabajar. Comentábamos que la diferencia entre «trabajar desde casa» y teletrabajar estriba en algo tan sencillo como que trabajar desde casa se pude enfocar como algo ocasional, improvisado o no planificado, mientras que el teletrabajo se da cuando el empleado se encuentra en una ubicación remota a tiempo completo.

Para ello, necesita preparación, tanto personal, para entender los nuevos procesos, canales de comunicación, prioridades y gestión de tareas, como en cuestiones de material (software, hardware y dispositivos, conexión a internet, mobiliario de oficina apropiado…).

Lo que parece es que esta filosofía de trabajar desde casa va a continuar largo tiempo, sobre todo en determinados sectores, y que tiene que coincidir con el teletrabajo propiamente dicho para que sea algo viable y eficaz.

Según Nicholas Bloom, economista de Stanford, el estigma asociado con el teletrabajo parece estar desvaneciéndose y ya un 42% de la fuerza laboral en los EE. UU. trabaja a tiempo completo desde su casa. Esto se desprende de un informe publicado por este experto, que afirma también que un 33% está parado actualmente, algo verdaderamente terrible por las proporciones enormes de personas físicas sin trabajo, mientras que el 26% restante son, en su mayoría, trabajadores de servicios esenciales que se encuentran trabajando normalmente en su puesto habitual.

Nos encontramos con una situación en la que comprobamos que el teletrabajo no es solo una herramienta esencial para frenar la dispersión del coronavirus, sino que, además, es un mecanismo crucial para que la economía no se desplome en estos contextos. Un escenario ideal a medio plazo es, según lo que se desprende en las conclusiones del informe, «un plan típico para el futuro es que los empleados trabajen en casa de uno a tres días a la semana y vayan a la oficina el resto del tiempo».

Eso sí, no todo el mundo puede teletrabajar. Muchas personas trabajan en «servicios de venta minorista, atención médica, transporte o negocios, y necesitan ver clientes o trabajar con productos o equipos» o, simplemente, no disponen del equipamiento adecuado, o de estancias que puedan dedicar en exclusiva al trabajo en remoto.

La desigualdad tiene también su parcela en este tema. Cuanto más preparado y, casi como consecuencia, mejor pagado esté el profesional, más probabilidades tendrá de teletrabajar y de seguir desarrollando su carrera. Por el contrario, cuanto menos cualificado y más precario, menos probabilidades tendrá de trabajar en remoto y, por tanto, se pueden ver relegados a trabajos peores, o ver cómo su carrera profesional se estanca.

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