Aprovechando que se celebraba el Día europeo de la protección de datos la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) celebró una jornada para debatir sobre las implicaciones sociales de la tecnología y en concreto de técnicas de explotación como el Big Data. Lo cual es un paso interesante dado que permite reunir a varios mundos: el de la tecnología real, el de los reguladores y juristas y el de los ciudadanos que son a quienes finalmente afectan todas estas cuestiones.
Y es que, junto con las cuestiones de pura seguridad, la preocupación por la privacidad de los datos que se almacenan «en las nubes» y la forma en que se explotan es algo que preocupa a mucha gente. Quienes usan cualquier dispositivo tecnológico saben que toda su información se recoge y rastrea de mil maneras, que las empresas comercian con ella, la venden e intercambian y que un análisis automático a lo Big Data puede extraer conclusiones inesperadas sobre su persona, comportamiento y entorno, que quizá nadie hubiera previsto hasta ahora. Pero, ¿hasta dónde llega esto?
La AEPD reconoce sabiamente que la cuestión no es un problema puramente normativo. Del mismo modo que los problemas de los autores, editoriales, discográficas y productoras de cine en Internet no se solucionan únicamente con leyes más restrictivas respecto a la forma de disfrutar de la música, el cine o los libros en la red, otro tanto sucede con la protección de los datos personales. Las empresas saben que hay que protegerlos adecuadamente, cuáles se pueden recoger y cuáles no y las prohibiciones de comercialización que hay con ellos. Pero también son muchas veces descuidados, saben perfectamente cómo recoger más datos de los debidos y, cómo no, los trucos legales para intercambiar, compartir y comprar o vender esos datos personales.
Las personas tenemos unos derechos fundamentales también en cuanto a la protección de nuestros datos y debemos ser conscientes de que toda innovación implica cambios: sabemos, por ejemplo, que bastan cuatro compras cualquiera con tarjeta de crédito para identificar a un individuo; de la falta de eficiencia de los absurdos avisos de cookies y de que pese a esto existen supercookies y otras tecnologías para recabar más información todavía. Y mientras los navegantes viven rodeados de retargeting se ha calculado que menos de una veintena de empresas tienen la mayor recopilación posible de información personal sobre los hábitos de navegación. Información que luego se procesa, muchas veces en tiempo real, para lanzar nuevas propuestas, ofertas o anuncios.
Del Big Data en concreto, la APDE apunta a una de sus grandes ventajas, que a la vez es un reto desde el punto de vista de la privacidad: «su objetivo es tratar grandes masas de datos con complejos algoritmos de análisis para extraer información oculta o correlaciones imprevistas, no deducibles ni inferibles con los métodos de análisis convencionales (…) Los perfiles que pueden extraerse sobre las personas pueden tener una enorme repercusión no sólo sobre su privacidad sino también en lo referente al libre desarrollo de su personalidad.»
Por estas razones todo desarrollo Big Data, tan pronto como se sepa que involucra algún tipo de datos personales, debería contar con la asistencia de los departamento legales y de privacidad de las empresas, para que todo funcione perfectamente engranado –tanto a nivel legal como técnico– y una parte no suponga una carga o problema para la otra.
{Foto: Data visualization (CC) Luc Legay @ Flickr}
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