El efecto red es uno de los más poderosos y conocidos de la economía que suele aplicarse al ámbito tecnológico. Una de las explicaciones más fáciles de entender tiene que ver con dispositivos como el teléfono o el fax: para la persona que compró el primer fax, su utilidad era cero, pues no tenía con quién intercambiar mensajes. Cuando la segunda persona compró el suyo, su valor era ya más alto (al menos había otro interlocutor) y al hacerlo aumentó instantáneamente el valor del aparato de fax del primer comprador. El tercero aumentó la de los dos primeros y lo mismo sucedió con el cuarto, el quinto… Este «beneficio externalizado» se da en todo tipo de cambios tecnológicos, desde los nodos del propio Internet al software P2P o los programas de chat.
Hay quien piensa que en este sentido el «Internet de las cosas» y las soluciones M2M (Máquina-a-máquina) están ya alcanzando un punto de inflexión importante tras un crecimiento absolutamente desbocado en los últimos años debido a este efecto red. Algo que han potenciado dispositivos como los teléfonos móviles, el Wi-Fi y las API (interfaces de programación) abiertas – todos ellos «hablando» unos con otros o facilitando que software especializado lo haga. Según un artículo de Barb Edson para Radar se ha producido una suerte de confluencia de varios factores: costes más bajos, una demanda acelerada y un sinfín de dispositivos disponibles que era difícil de predecir.
Algunas de las claves están en los dispositivos GPS que portan millones de personas en sus teléfonos inteligentes, en el desarrollo de los servicios en la nube y en el alto grado de conectividad que tienen los individuos. Las empresas de todo tipo de sectores se están aprovechando también que casi todos esos dispositivos y otros servicios están diseñados con la facilidad para «hablar con otras máquinas» que no era tan común en el pasado. Se cita de hecho un estudio de Vodafone de hace 12 meses que calculaba que para 2020 la mitad de las empresas habrían adoptado tecnologías M2M, pero esa cifra podría quedar corta – o esa situación darse mucho antes.
Pensemos sino en campos que hace poco estaban apenas desarrollados: las ciudades inteligentes, las viviendas con sensores y medidores de consumo conectados a la red o los dispositivos médicos y de ejercicio físico que la gente compra como los «gadgets de moda». Hoy en día ningún alcalde osaría renunciar a la «inteligencia» de su ciudad (y a dotarla de servicios relacionados), los medidores inteligentes de consumo son ya obligatorios y cualquier teléfono móvil sirve de grabadora de la actividad física con la app adecuada. Todo ello son millones y millones de nuevos aparatos ampliando ese efecto red de una forma tan poderosa y difícil de calcular como de imprevisibles consecuencias.
Para las empresas todo esto es una gran oportunidad: las soluciones analíticas manejan con facilidad esos volúmenes de datos –por grandes que sean– y dado que el beneficio que se obtiene de su análisis suele ser tan directo como medible, tan solo es necesario planificarlo y llevarlo a cabo adecuadamente. Nunca ha habido tantos datos, ni tantos dispositivos, ni tantas posibilidades como las que de la época actual: es solo cuestión de aprovecharlas.
{Foto (CC) Pierre Metivier @ Flickr}
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