A los coches autónomos se les atribuyen múltiples ventajas para la humanidad. Una de las más importantes es que, gracias a ellos, será posible reducir la contaminación ambiental y la contaminación acústica en las grandes ciudades. Por otro lado, la mejora en términos de movilidad será valiosísima porque será mucho más eficiente, más cuantos más coches autónomos haya en circulación.
La reducción de contaminación, tanto ambiental como acústica, es sencilla de explicar. Para empezar, los coches autónomos se espera que sean, al menos, coches híbridos. La mayoría de los coches 100% autónomos serán eléctricos, para más señas. Por lo tanto, solo con ese detalle ya tenemos menos emisiones en circulación, y mucho menos nivel de ruido. Pero a todo esto hemos de sumar la eficiencia de las rutas y de la conducción, algo que tendrá un impacto elevado a medida que haya más unidades autónomas.
Hemos de tener en cuenta que los coches autónomos introducirán cambios más profundos en la sociedad que el mero hecho de ser un transporte sin conductor humano. Existen ya muchos indicios que nos hacen pensar que el concepto de coche propio desaparecerá en favor de una movilidad más responsable y compartida. Más que un objeto, el coche será un servicio de movilidad a disposición del usuario. Esto implica, entre otras muchas cosas, que existirán muchos menos vehículos en marcha en las ciudades.
Un reciente estudio realizado por investigadores de la Universidad de Cambridge pronostica que la influencia de los coches autónomos provocará una mejoría en los flujos de tráfico de, al menos, un 35%. Para determinar este porcentaje utilizaron una flota de coches robot en miniatura y establecieron condiciones de tráfico realistas, incluida la detención —por un problema ficticio— de un vehículo en medio de una carretera con dos carriles.
Cuando los coches no estaban programados para colaborar, tenían que reducir la velocidad o detenerse y esperar hasta que un carril estuviera despejado, y así continuar la marcha. Es decir, se daba un escenario tal y como se da hoy, con los coches actuales: un atasco.
Sin embargo, al programarlos de manera que trabajasen en colaboración, la fluidez mejoró considerablemente. En el fondo, todos los coches autónomos van a ser coches conectados, por definición: no pueden ser autónomos si no tienen la capacidad de comunicarse con otros vehículos, o con las infraestructuras.
En el experimento, el coche que se detiene por ese «problema» en la carretera emite una señal de alerta para el resto de los coches en las cercanías. Estos, al recibir dicha señal, sabían de antemano qué hacer para evitar el embotellamiento. Una solución, por ejemplo, es la de enviar una señal de reducción de la velocidad para dar tiempo físico a que todo el tráfico de dos carriles se derive a un solo carril, sin interrupciones.
Otra prueba que realizaron los investigadores fue la de introducir un elemento agresivo en el tráfico. Es decir, un vehículo controlado por una persona que conducía de manera agresiva. En este caso, los vehículos autónomos colaboraron para evitar accidentes, cediéndose el paso entre ellos y dejando vía libre para el conductor agresivo. De esta manera, la fluidez del tráfico no se vio tampoco afectada.
La mejoría en fluidez fue medida en torno al 35% para el caso del posible atasco, y cerca del 45% para el caso del conductor agresivo. Esto es así porque la directriz principal de programación de los vehículos era la de ayudar a la fluidez del tráfico, permitiendo ceder el paso antes que buscar el beneficio propio.
Esta es, sin duda, la mayor ventaja de los coches autónomos: no serán vehículos egoístas, sino vehículos cooperativos, con un objetivo global superior al del individuo.
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