Vivimos tiempos emocionantes en los que los desarrollos tecnológicos están abriendo las puertas a servicios y dispositivos nunca vistos. El Internet de las Cosas (IoT) es una de estas tecnologías globales que nos interesan por las posibilidades que ofrecen a los consumidores, pero a la vez es una de las que más preocupaciones o dudas generan en las personas de a pie. ¿Hasta qué punto se puede confiar en que estas tecnologías sean seguras? ¿Pueden proteger la integridad de nuestros datos privados? ¿Confiamos en ellas?
Esto suele suceder, en mayor o menor medida, con cada nueva ola tecnológica. Un ejemplo relativamente reciente es el del uso de las tarjetas de crédito online. Los recelos en los inicios de los pagos online (alimentados por los casos de webs fraudulentas, eso es cierto) levantaron una barrera invisible que impedía a los consumidores sentirse seguros al hacer las compras online. Lo curioso del tema es que, con el tiempo, se comprobó que comprar online es mucho más seguro que, por ejemplo, dar la tarjeta a un camarero de tal manera que la perdamos de vista unos minutos. Ese mismo dilema se produce hoy con los pagos a través del móvil.
De la misma manera, el recelo por los sistemas y dispositivos IoT está ahí, latente, alimentado por la impresión de que cualquier tarea que realice un humano será más segura o, visto de otro modo, la impresión de que un sistema de aprendizaje automático y conectado puede tener fallos inesperados o no controlados y, por tanto, se convierte en un sistema inseguro en el que se hace difícil confiar.
Algunos ejemplos de estos sistemas que levantan suspicacias y nos pueden hacer desconfiar podrían ser los coches autónomos (que son coches conectados y parte del ecosistema IoT); un dispositivo que mida la cantidad exacta de medicamentos para cada paciente y momento, y los administre; una Smart home donde todo esté controlado por una inteligencia artificial…
¿Por qué esa desconfianza? Por un lado, son tecnologías que están hoy en pleno desarrollo. Los coches autónomos, por ejemplo, todavía no son más que una posibilidad que llegará en el futuro cercano. Las soluciones actuales son coches eléctricos que tienen un cierto nivel de automatización y que pueden circular, en ciertas condiciones ideales, sin conductor por tramos de carretera limitados. El conductor sigue existiendo como figura activa y alerta que no debería dejar “solo” al coche, y la prueba de ello está en algún accidente reciente con coche autónomo involucrado. Eso casos generan cierta desconfianza, pero en última instancia hablamos de errores humanos (puesto que en los coches autónomos de nivel 3 el conductor debe mantenerse alerta y estar preparado para tomar los mandos en caso de problemas).
Uno de los mayores miedos o desconfianzas del consumidor está en que se produzcan fallos inesperados en el software que controla un coche autónomo. Que esos fallos inesperados puedan tener consecuencias fatales para los ocupantes de los vehículos. O que el sistema de cierre del vehículo tenga un error que deje encerrados a los ocupantes durante horas, o que el sistema inteligente se comunique mal con los semáforos conectados o con otros vehículos…
Los miedos y los posibles casos de mal funcionamiento de los sistemas en las mentes del consumidor son infinitos. De la misma manera, en sistemas de administración de fármacos controlados por una inteligencia artificial, existe un miedo principal que se resume en desconfianza: ¿y si la “máquina” mide mal? Todo, en general, se basa en el mismo principio: si se desconoce cómo funciona, se desconfía. También es posible que la ciencia ficción y los futuros distópicos creados en tantas historias muy conocidas tengan la culpa de parte de esta desconfianza.
Sea como sea, queda un largo camino por recorrer, y no solo para el despliegue comercial o definitivo de dispositivos y sistemas IoT y de inteligencia artificial, sino para la divulgación de cara al público. Solo a través de la divulgación y una buena estrategia de comunicación es posible derribar la barrera de la desconfianza y el miedo a lo inesperado.
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