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El cloud se ha afianzado como una de las piezas básicas de la estrategia TI de las empresas. Está en el corazón de los cambios que se han vivido en los últimos años y en el impulso de la transformación digital. Es la llave que abre la puerta de innumerables oportunidades para las compañías y que permite acceder a servicios y herramientas como antes no se había hecho. Pero este profundo cambio —y todas las oportunidades que ha generado— existe en paralelo a otra cuestión, la del reto de la sostenibilidad.

Aunque desde el público general se visualiza a la nube como una suerte de cosa etérea, los responsables de infraestructura TI saben que la realidad en absoluto es así. El cloud necesita una potente red de centros de datos, que implican a su vez uso de energía y recursos —como el agua— que son ahora mismo bienes especialmente preciados. Por ello, desde la industria se tiene igualmente claro que el futuro del cloud debe pasar por la sostenibilidad. Los centros de datos necesitan ser lo más eficientes posibles, su impacto en el entorno mínimo y su relación con los ecosistemas positiva.

Los centros de datos verdes minimizan el gasto energético y de agua, con una mayor eficiencia a todos los niveles y con una huella de carbono cada vez más reducida para llegar al objetivo final de que directamente no exista. El objetivo final es alcanzar el cero neto.

Medir la huella

Las compañías de infraestructura TI lo saben y trabajan en ello, pero también lo hacen sus clientes. Entre las prioridades de los CIOs está ya saber cuánto impacto tiene en su entorno las nubes que dan soporte a sus empresas. Quieren tener cifras e información en tiempo real para tomar las mejores decisiones posibles y atacar los problemas.

Así, la última estadística de Gartner deja claro que, en el futuro inmediato, las compañías trabajarán también para controlar la huella que tienen sus nubes. Se espera que para 2026 el 50% esté usando ya sistemas de monitorización que controlen el impacto de sus nubes híbridas. No importa solo la huella de las nubes privadas, también el coste que tiene la parte que toca de la pública.

Las razones de este interés son claras. La propia estrategia corporativa marca la senda. «Las organizaciones se han marcado objetivos de reducción de carbono sólidos y esperan de sus equipos de operaciones e infraestructuras que lancen iniciativas de sostenibilidad que alineen sus huellas de carbono actuales con sus objetivos corporativos», explica  Padraig Byrne, analista de la consultora.

Todo esto ocurre, además, en un contexto en el que está cuestión es cada vez más importante. Las nuevas normativas ya establecen parámetros claros y, como recuerda la consultora, las empresas deben enfrentarse a la presión de inversores, consumidores, regulares de mercado y los propios gobiernos que les exigen ser más respetuosos con el entorno.

Los puntos calientes del cloud

Pero ¿cuáles son las áreas clave? La apuesta por sistemas de medición se conecta con el deseo de reducir el consumo de energía y la huella de carbono nubes híbridas. El uso de energía de los centros de datos o la emisión de gases de efecto invernadero son ahora mismo los puntos conflictivos del uso de las nubes. Son, eso sí, puntos negros con potenciales soluciones, porque los nuevos procesos y las nuevas herramientas ayudan a reducirlos.

En especial, el monitoreo sobresale, porque permite tener una visión realista de qué está ocurriendo. Como señala el informe, hacer seguimiento en tiempo real es muy importante, porque si solo se usan datos del histórico de emisiones se limita el margen de maniobra. No se pueden tomar las mismas decisiones cuando se está viendo lo que ha ocurrido que cuando se sabe qué está pasando en el momento exacto.

A nivel más general, las soluciones de monitoreo permiten igualmente controlar la compliance de la compañía, evitando caer en el ecopostureo y en las falsas promesas. Herramientas como Syrah miden lo que se está haciendo de forma real en relación con los ODS para que el cambio tenga una base sólida.

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