Cuando se menciona el concepto de Smart City, nuestra primera imagen, posiblemente, es la de una ciudad sostenible, llena de zonas verdes, muy eficiente, sin ruidos y con el tráfico fuera de su zona central. Es una ciudad tecnológica, respetuosa con el medio ambiente, con sistemas inteligentes que mejoran la calidad de vida de sus ciudadanos.
Todo parece extremadamente positivo y, en realidad, lo es, pero a la hora de la verdad, muchas personas se pueden sentir incómodas o a disgusto con algunas de las tecnologías que, justamente, hacen su vida más fácil.
En primer lugar, estas reticencias por parte de algunas personas, que veremos ahora mismo, no son un gran problema, pero sí que indican ciertos problemas que hay que enfrentar. Las ciudades inteligentes son el futuro, pero igual que sucede con otros grandes sistemas tecnológicos que serán disruptivos, se suelen elevar demasiado las expectativas. Pasa, por ejemplo, con el coche autónomo.
La privacidad, principal escollo para las Smart Cities
El miedo a la pérdida de la intimidad, o a que nuestros datos personales sean tratados de manera deficiente, es la principal barrera para las Smart Cities. Existen ciudades que han prohibido tecnologías específicas como el software de reconocimiento facial, por las dudas acerca de su precisión, pero sobre todo por la preocupación de que los datos sean recopilados inadvertidamente a través de videovigilancia.
La percepción de muchos ciudadanos, que puede ser acertada o equivocada, es que no se tiene la transparencia suficiente sobre cómo se recopilan esos datos, cómo se almacenan, quién los gestiona y si se utilizan, o no, para otros fines ajenos al mero reconocimiento facial.
En pocas palabras, los ciudadanos desconfían de los gobiernos municipales y las grandes compañías tecnológicas involucradas en los proyectos, sobre todo acerca de si rastrearán y recopilarán datos sobre sus actividades diarias sin comprometer su privacidad y seguridad al vender datos sin su consentimiento.
¿La solución? Más transparencia, una mayor implicación del ciudadano desde los diferentes ayuntamientos y, también, limitar ciertas tecnologías a lugares o acciones específicas que no vulneren ciertos derechos “de facto”. En palabras de Susan Wachter, profesora de bienes raíces y finanzas de Wharton:
Las Smart Cities significan cosas distintas para diferentes personas, pero el Big Data es intrínseco a estas iniciativas y, por lo tanto, surgen problemas de privacidad. Sin embargo, algunas iniciativas, como los semáforos conectados, tienen una alta eficiencia y muy pocos problemas de privacidad. Otros, como el seguimiento de personas tal y como se hace en lugares privados como centros comerciales, provocan una reacción negativa porque socavan el privilegio del anonimato de los espacios públicos.
Como vemos, basta con una mayor información al ciudadano, junto con sistemas que no invadan ciertas parcelas que todos sentimos como privadas (o como anónimas, más bien), para dar una seguridad y confianza a las personas con respecto de las nuevas tecnologías. No cabe duda de que las Smart Cities son las ciudades en las que viviremos a medio plazo, sin embargo, merece la pena sentar unas buenas bases con antelación suficiente.
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