El desperdicio de alimentos a nivel mundial es una realidad. Uno de cada tres productos de consumo termina en el vertedero, y eso trae graves consecuencias económicas, pero sobre todo medioambientales. Esto, a nivel global, se traduce en que cada año, y solo en Europa, se desperdician 1.300 millones de toneladas de alimentos desde su producción, y dicha cantidad termina pudriéndose en los vertederos.
¿Qué supone esto en términos de impacto medioambiental? Emisiones contaminantes, que se estiman en un 8% del total mundial; el desperdicio de todos los recursos y la energía empleada en hacer crecer esos alimentos (en granjas, plantaciones, etc.), en procesarlos (en mataderos, plantas de procesamiento, empaquetado) y en distribuirlos por cualquier medio de transporte. Los datos de la FAO son estremecedores, puesto que cada año se pierden, a nivel mundial, el 30% de los cereales, el 20% de los productos lácteos, el 35% de pescados y mariscos, el 20% de las carnes, el 45% de las frutas y verduras…
Este nivel de desperdicio es tal que la ONU ha establecido un objetivo de freno al derroche de alimentos para antes de 2030. Se antoja complicado, sobre todo porque una de las principales causas del desperdicio es la mala interpretación del etiquetado, de confundir el famoso “consumir preferentemente” con “caducado”, cosas que son muy diferentes, como ya deberíamos saber.
Tecnología al servicio del aprovechamiento de alimentos
Existen iniciativas basadas en la tecnología para poder salvar cuantos más alimentos sea posible de terminar en el vertedero. La idea es tratar de salvar la mayor cantidad de alimentos posible, como antes han tratado de hacer realidad en proyectos como Foodsharing, Yo no desperdicio, o Restlos Glücklich, de Berlín. La filosofía de esta organización sin ánimo de lucro es despertar conciencia acerca del desperdicio de alimentos, y lo hacen a través de actividades educacionales en las que enseñan a cocinar con excedentes de productos de alimentación. La idea original era ser un restaurante que cocinaba con estos restos, pero, al parecer, ya no se dedican a ello (y posiblemente sea por cuestiones de normativa europea).
Un paso más lo dan iniciativas que utilizan la geolocalización y apps diseñadas al efecto para que los usuarios puedan localizar locales que disponen de platos a bajos precios por ser, por decirlo así, carne de vertedero. Too Good To Go es un ejemplo, con una app que permite aprovechar el excedente de raciones y venderlas a bajo precio (hasta un 75% más baratas).
Pero, sin duda, la clave está en otro lugar. Desde mejorar los procesos de producción facilitando la transformación digital del sector agroalimentario, introduciendo tecnologías como blockchain para optimizar la trazabilidad, hasta implementar etiquetado o envasado inteligente (algo en el tejado de los diferentes gobiernos e instituciones, pero factible desde el punto de vista tecnológico).
En el Reino Unido existe una startup llamada The Small Robot Company que se dedica a modernizar el campo con robots e inteligencia artificial, de manera que se pueda optimizar el cultivo y practicar agricultura de precisión. Además, emprenden un modelo de negocio llamado “fasming as a service” (agricultura como servicio) con el que asesoran a agricultores realizando estudios de sus tierras y cultivos y ofreciendo las mejores soluciones para el aprovechamiento del suelo y optimizar las cosechas.
Hay que considerar también el Smart transit, o el transporte inteligente, que puede, por ejemplo, registrar la “experiencia” de la fruta en el transporte desde la granja hasta el mostrador. Esta diseñado para tener el mismo volumen que una pieza de fruta y viajar en el palé, y los datos que recopila sirven para mejorar las condiciones del transporte.
Otra iniciativa consiste en medir en tiempo real el estado de la fruta y, si un palé presenta condiciones de deterioro más rápidas que otros, puede recalcularse la ruta para entregar aquél que empieza a madurar demasiado rápido a una localización más cercana, ampliando su “tiempo de vida en el mostrador”.
Los datos jugarán un papel crucial a la hora de conservar mejor la comida y prevenir el desperdicio de alimentos. En especial, todo lo que implique que el consumidor final pueda tener acceso a todos los datos de trazabilidad del producto que adquiere (incluso la fecha de nacimiento de la res de la cual se ha obtenido la carne), ofrece beneficios importantes.
Con el gran público cada vez más interesado no solo en comprender el contenido nutricional de los alimentos, sino también en conocer su procedencia, seguridad e impacto ambiental, es probable que blockchain sea una herramienta crucial para proporcionar ese nivel de transparencia.
Sea como sea, queda mucho camino por recorrer para frenar este derroche de alimentos tan elevado a nivel mundial. Un derroche que, por cantidad de alimentos implicados, podría acabar con el hambre en el mundo si fuese posible su distribución a un coste razonable. Por esto, y por todos los motivos expuestos, por el impacto ambiental y la influencia en el cambio climático, es la hora de frenar, entre todos, el desperdicio de alimentos.
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