Cada vez generamos más datos, en una carrera que parece no tener freno a corto plazo. Todos nosotros generamos datos, por ejemplo, leyendo este artículo en el ordenador. Con cada aplicación online que utilizamos, generamos datos. Y esos datos varían en cantidad (o peso) desde una simple cuenta de correo electrónico hasta el Internet de las Cosas (IoT), datos en la nube, inteligencia artificial, datos financieros, imágenes en alta resolución, vídeos a demanda (desde resoluciones normales hasta películas en 4K), juegos online, datos de investigación y mucho, mucho más.
El volumen es tan ingente que somos incapaces de visualizar esa magnitud y «nos inventamos» palabras como el zettabyte (1.000 millones de TB, o 1 billón de GB). Para hacernos una idea de esta magnitud y su crecimiento, unos pocos datos:
- En 2020 se produjo un hito histórico al cumplirse que todos los fabricantes de almacenamiento suministraron más de un zettabyte de almacenamiento HDD.
- En 2011, los datos generados en el mundo sumaron más de 5 ZB; en 2020 se sobrepasaron los 60 ZB y se estima que en 2024 alcancemos los 149 ZB.
Todos esos datos sirven para algo si se procesan adecuadamente. Entra el Big Data.
El poder de la información que sale de los datos
Lo importante no es tener enormes cantidades da datos almacenados, sino saber qué hacer con ellos. Las aplicaciones son numerosas, desde las que son simplemente aplicaciones de marketing o comerciales, dirigidas a vender más a los clientes; las aplicaciones predictivas de todo tipo; aplicaciones en recursos humanos; o a luchar contra el cambio climático y frenar la polución.
Por ejemplo, el Big Data combinado con la IA tiene la capacidad de transformar la experiencia de cliente en todos los sentidos, gracias a las herramientas que son capaces de llevar a cabo la personalización predictiva de productos, servicios, ofertas o promociones, por ejemplo.
Una de las principales virtudes del análisis avanzado de Big Data es poder predecir, en mayor o menor medida, qué va a suceder en un cierto contexto a partir de lo que nos revela el análisis de los datos. Descubrir tendencias que permanecen ocultas a los ojos humanos.
En el caso de la COVID-19, el Big Data tiene el potencial de ayudar a detectar nuevos brotes. Recopilando datos de diversas fuentes, se pueden aplicar algoritmos para analizar los registros sanitarios y rastrear el historial de contactos de los pacientes para ayudar a identificar patrones de propagación del virus.
Estas aplicaciones podrían demarcar las zonas actuales, pero también ayudar a predecir futuros brotes con la ayuda del rastreo de movimientos y contactos. Si añadimos la técnica de inteligencia artificial llamada Procesamiento del Lenguaje Natural (PLN), es posible escanear los enlaces de las redes sociales, las noticias online y todo lo que generamos a diario en conversaciones (siempre protegiendo la identidad y privacidad de quienes escriben), lo que puede hacer saltar la alarma con cualquier novedad relacionada con la COVID-19 en el mundo.
A pesar del enorme potencial de la PNL y otras técnicas que pueden utilizarse en la detección de incidentes para poder abordar este tipo de emergencias sanitarias rápidamente, son tecnologías nuevas y necesitan refinamiento. Existen problemas relacionados con las aplicaciones, la sobrecarga de información o la ambigüedad de los datos que hay que superar.
Pero no cabe duda de que el Big Data nos va a ayudar a ver con anticipación lo que se viene, de forma que podamos estar mejor preparados ante cualquier evento.
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